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El amor es un bateador de baseball canadiense

De pronto vi a un bateador de baseball en la hamaca paraguaya de mi balcón. Con lágrimas en los ojos, se incorporó, llegó hasta el living, oscurísimo – por algo no prendí la luz -,  agarró el bate y como si mi cabeza fuese una bola que tenía que hacer llegar hasta el fin del mundo, me dio.  Me lo dijo en español y en francés: No te amo más, Je ne t'aime plus .   Mi cabeza cayó al piso y durante seis años no volvió a estar en su lugar. Rodó por calles, rutas, bares, casas a las que me iba mudando y de las que me iba yendo con 1500 dólares canadienses en el bolsillo que me había dado él y que yo no quería gastar porque tenían sus huellas dactilares. Pensé que tendría que haberme dejado sus pies. Que yo me había ganado el derecho, en cuatro años de amor innegociable, de seguir durmiendo en mi cama con mis pies sobre los de él. Que se vaya caminando sobre sus tobillos, pensé. Que se tome el avión rumbo a Montreal con todo lo que es nuestro, desde las sábanas ha